Skip to main content

Muchas personas hablan de Dios. Algunos lo imaginan como una energía, otros como una fuerza lejana que controla todo, o como una figura severa que juzga desde el cielo. Pero en medio de tantas ideas diferentes, surge una pregunta sincera: ¿quién es realmente Dios, y cómo puedo conocerlo?

Desde los comienzos de la humanidad, el ser humano ha sentido esa inquietud interior, esa voz que susurra que hay algo más allá de lo visible. No importa la cultura, la época o el idioma: todos llevamos dentro un anhelo de eternidad, una necesidad de sentido. Ese deseo no es casualidad; es la huella de Dios en nosotros.

 

Dios no es un concepto ni una religión. Él es el creador del universo, y también el creador de tu vida. La Biblia lo describe como un Padre amoroso que desea tener una relación personal, íntima y real con cada uno de nosotros. No se trata de un Dios distante o indiferente, sino de un Dios cercano, presente y profundamente interesado en ti. Cuando miramos la historia, vemos que Dios siempre ha buscado acercarse al ser humano. Lo hizo a través de la creación, mostrando su belleza y sabiduría; lo hizo por medio de su palabra, revelando su carácter; pero, sobre todo, lo hizo en la persona de Jesús.

Jesús no vino a fundar una religión, sino a mostrarnos el corazón del Padre. Él mismo dijo: “El que me ha visto a mí, ha visto al Padre.” (Juan 14:9) En Jesús descubrimos que Dios no es un ser lejano, sino alguien que se acerca, que camina con nosotros, que entiende nuestro dolor y que nos ama tal como somos.

 

Conocer a Dios personalmente no significa tener todas las respuestas o entender todos los misterios. Significa abrirle la puerta del corazón y permitirle entrar en tu vida. Dios no se impone, no fuerza; Él invita. Él llama suavemente, esperando que le respondas. Y esa relación comienza con algo muy sencillo: hablar con él. No necesitas rituales ni palabras complicadas, solo sinceridad. Puedes decirle:

“Dios, no te conozco, pero quiero hacerlo. Si eres real, muéstrame quién eres. Enséñame a sentirte, a escucharte, a entender tu amor.”

Esa oración honesta es suficiente para comenzar un camino nuevo. Porque Dios responde a los corazones que le buscan con sinceridad. Él se da a conocer de muchas maneras: a través de la paz que empieza a llenar el alma, de la palabra que llega en el momento justo, de una voz interior que te recuerda que no estás solo.

 

Con el tiempo, esa relación crece. Ya no ves a Dios como alguien lejano, sino como un amigo fiel, un Padre presente, una voz que guía y sostiene. Descubres que no estás aquí por casualidad, que tu vida tiene propósito y que fuiste amado desde antes de existir. Conocer a Dios personalmente transforma todo: cambia la forma en que ves a los demás, cómo enfrentas el dolor, cómo tomas decisiones y cómo entiendes tu propia identidad. No significa que la vida se vuelve perfecta, pero sí que ya no caminas solo.

Dios no quiere que lo adores desde la distancia, sino que camines con él cada día. No te pide que entiendas todo, solo que te acerques. Si das ese primer paso, descubrirás que él ya te estaba buscando desde hace mucho.

 

Y cuando finalmente lo conoces, entiendes algo que cambia todo:

Dios no es una idea. Es amor.
Y ese amor tiene nombre, rostro y voz… se llama Jesús.


Dejar una respuesta